La diferencia entre querer y amar explicada por El Principito
Querer y amar son ambos sentimientos
maravillosos pero, sin duda, distintos. Todos (o casi todos), tenemos un
propósito firme e intangible en nuestra vida: amar a alguien con todas nuestras
fuerzas.
Pensamos en esto y lo deseamos
fervientemente por el simple hecho de que pensamos que la consecución de estos
objetivos nos encamina a la felicidad. No nos equivocamos al pensar que el
apego saludable es indispensable para recorrer nuestro mundo.
Sin embargo, por diversas
razones, acabamos confundiendo el querer con el amar y viceversa. Como
consecuencia de esta confusión llenamos nuestra mochila emocional de falsos “te
quiero” y de “te amo” vacíos.
La sabiduría emocional
que encierran los diálogos en el Principito
Saint-Exupèry nos brinda un
magnífico pasaje en El Principito que podemos traer aquí con el objetivo de
aportar luz sobre esta poderosa realidad emocional que nos afecta a casi todos
en un momento u otro de nuestra vida.
—Te amo —le dijo el Principito.
—Yo también te quiero —respondió la rosa.
—Pero no es lo mismo —respondió él, y luego continuó— Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía. Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.
—Yo también te quiero —respondió la rosa.
—Pero no es lo mismo —respondió él, y luego continuó— Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía. Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes.
Querer es esperar, es apegarse
a las cosas y a las personas desde nuestras necesidades. Entonces, cuando no
tenemos reciprocidad hay sufrimiento. Cuando el “bien” querido no nos
corresponde, nos sentimos frustrados y decepcionados.
Si quiero a alguien, tengo
expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da lo que espero, sufro. El
problema es que hay una mayor probabilidad de que la otra persona tenga otras
motivaciones, pues todos somos muy diferentes. Cada ser humano es un universo.
Cuando una persona dice que ha
sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por amar. Se sufre por
apegos. Si realmente se ama, no puede sufrir, pues nada ha esperado del otro.
Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, por el simple y puro
placer de dar. Pero es cierto también que esta entrega, este darse,
desinteresado, solo se da en el conocimiento.
Solo podemos amar lo que
conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma. Y
el alma no se indemniza. Y conocerse es justamente saber de ti, de tus
alegrías, de tu paz, pero también de tus enojos, de tus luchas, de tu error.
Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no es solo para
momentos de alegría.
Amar es la confianza plena de
que pase lo que pase vas a estar, no porque me debas nada, no con posesión
egoísta, sino estar, en silenciosa compañía. Amar es saber que no te cambia el
tiempo, ni las tempestades, ni mis inviernos.
Amar es darte un lugar en mi
corazón para que te quedes como pareja, padre, madre, hermano, hijo, amigo y
saber que en el tuyo hay un lugar para mí. Dar amor no agota el amor, por el
contrario, lo aumenta. La manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y
dejarse amar.
—Ahora lo entiendo —contestó
ella después de una larga pausa.
—Es mejor vivirlo —le aconsejó el Principito
—Es mejor vivirlo —le aconsejó el Principito
Otra preciosa explicación
relacionada con la diferencia de la que hablamos es aquella que las enseñanzas
budistas nos ofrecen. En ellas se afirma sabiamente que si quieres a una flor,
la arrancas para tenerla contigo, y si “amas” a una flor, la riegas todos los
días y la cuidas.
En definitiva, cuando amamos a
alguien le aceptamos tal cual es, permanecemos a su lado y buscamos dejar posos
de felicidad y de dicha en cada momento. Porque los sentimientos para ser puros
e intensos tienen que venir de muy adentro.
Por eso es esencial hacer un
ejercicio de trabajo interior y cuestionarnos si lo estamos haciendo bien, si
estamos gestionando bien nuestros apegos y nuestros sentimientos o, por el
contrario, estamos confundiéndonos por el deseo de ponerle palabras duraderas y
profundas a nuestras relaciones.
Raquel Aldana
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