jueves, 6 de abril de 2023

AMOR PARA REENVIAR


                                          “AMAR”.

Amar a un ser humano es brindarle la oportunidad de ser escuchado con profunda atención, interés y respeto; aceptar su experiencia sin pretender modificarla sino comprenderla; ofrecer un espacio en el que pueda descubrirse sin miedo a ser calificado, en el que sienta la confianza de abrirse sin ser forzado a revelar aquello que considera privado; es reconocer y mostrar que tiene el derecho inalienable de elegir su propio camino, aunque este no coincida con el mío; es permitirle descubrir su verdad interior por sí mismo, a su manera: apreciarlo sin condiciones, sin juzgarlo ni reprobarlo, sin pedirle que se amolde a mis ideales, sin exigirle que actúe con mis expectativas; es valorarlo por ser quien es, pero no por ser como yo quisiera que fuera; es confiar en su capacidad de aprender de sus errores y de levantarse de sus caídas más fuerte y más maduro, y comunicarle mi fe y mi confianza en su poder como ser humano.

Amar a un ser humano es atreverme a mostrarme indefenso, vulnerable, sin poses, ni caretas, mostrando mi verdad desnuda, honesta y transparente; es descubrir frente a él mis propios sentimientos y necesidades, sin esperar que se haga responsable de saciarlas; es expresar mis ideas sin pretender convencerlo de que son correctas; es disfrutar del privilegio de ser yo mismo frente a él, sin pedirle reconocimiento alguno y, en esta forma, irme encontrando a mí mismo en facetas siempre nuevas y distintas; es ser veraz y, sin miedo ni vergüenza, decirle con la mirada cristalina, “este soy… en este momento de mi vida; con gusto y libremente, contigo lo comparto… si tu quieres recibirlo”.

Amar a un ser humano es disfrutar de la fortuna de poder comprometerme voluntariamente y responder en forma activa a su necesidad de desarrollo personal; es creer en él… cuando de sí mismo duda, contagiarle mi vitalidad y optimismo cuando está  dándose por vencido, apoyarlo cuando flaquea, animarlo cuando titubea, tomarlo de la mano con firmeza cuando se siente débil,  y acariciarle con dulzura cuando algo lo entristece; y sin dejarme arrastrar por su desdicha… estar ahí, apoyándole en todo momento, y cuando algo le agobie respirar a su lado contagiándole de un oxigeno sano, alegre y refrescante; es compartir en el presente por el simple gusto de estar juntos, sin ataduras ni obligaciones impuestas, sino por la espontánea decisión de responderle libremente.

Amar a un ser humano es ser suficientemente humilde como para recibir su ternura y su cariño sin representar el papel del que nada necesita;  es aceptar con gusto lo que me brinda, sin exigir que me dé lo que no puede, no quiere, o no desea darme;  es agradecerle a la vida el prodigio de su existencia, sabiendo que cada día es una aventura incierta y el mañana una incógnita perenne; es vivir cada instante como si fuese el último que pudiera compartir con él, de tal manera que cada reencuentro sea tan intenso y tan profundo como si fuese la primera vez que lo tomo de la mano, haciendo que lo cotidiano sea siempre una condición distinta y milagrosa.

Amar a un ser humano es atreverme a expresar el cariño espontáneamente a través de mi mirada, de mis gestos, de mi sonrisa, de la caricia firme y delicada, de mi abrazo vigoroso, de mis besos, con palabras francas y sencillas;  es hacerle saber y sentir… ¡cuánto lo valoro por ser quien es!, ¡cuánto aprecio sus riquezas interiores!, aun aquellas que él mismo desconoce; es ver su potencial latente y colaborar para que florezca la semilla que se encuentra dormida en su interior; es hacerle sentir que su desarrollo personal me importa honestamente, que cuenta conmigo, que estoy aquí; es permitirle descubrir sus capacidades creativas, alentar su posibilidad de dar todo el fruto que podría; es desvelar ante sus ojos el tesoro que lleva dentro y cooperar de mutuo acuerdo para hacer de esta vida una experiencia más rica y más llena de sentido.

Amar a un ser humano es también atreverme a establecer mis propios límites y mantenerlos firmemente; es respetarme a mí mismo y no permitir que el otro transgreda aquello que considero mis derechos personales; es tener tanta confianza en mí mismo y en el otro que, sin temor a que la relación se perjudique, me sienta en libertad de expresar mi enojo sin ofender al ser querido, y que pueda manifestar lo que me molesta e incómoda sin intentar herirlo o lastimarlo. Es reconocer y respetar sus limitaciones y verlo con aprecio sin idealizarlo; es compartir y disfrutar de los acuerdos y aceptar los desacuerdos, y si llegase un día en el que inevitablemente los caminos divergieran  sin remedio, amar es ser capaz de despedirse en paz y armonía, de tal manera que ambos nos acordemos con gratitud de todas las experiencias vividas, de los mejores y peores momentos, agradecidos profundamente por los tesoros compartidos.

Amar a un ser humano es ir más allá de su individualidad como persona; es percibirlo, sentirlo y valorarlo como una muestra de  la humanidad entera, como una expresión del hombre total, como una manifestación palpable de esa esencia transcendente e intangible llamada “ser humano”, de la cual yo formo parte; es reconocer, a través de él, el milagro indescriptible de la naturaleza humana, del amor tal como es… con la más pura inocencia y apertura de corazón. Y por tanto, amar a un ser humano es amarme a mí mismo y sentirme agradecido por esta bella oportunidad que me dio la vida, de ser una nota en la maravillosa  sinfonía de este mundo.

NAMASTE.
Autor Anónimo.

 

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